Dos centímetros, sólo dos centímetros faltaban para unir
nuestros labios.
- Eres hermosa. – susurro. Sin más espera sus labios chocaron
contra los míos en un dulce beso. En mi interior sabía que estaba muy mal y que
si Gabriel se enteraba era capaz de venir el mismo y matarlo con sus propias
manos. Pero no tenía porque enterarse, pensé.
El beso se tornó un poco más apasionado, Sebastián comenzó a
acariciar mi cintura por debajo de la remera, mientras enterraba mis manos en
su cabello fino y alocado, al mismo tiempo que sentía un bulto crecer.
Poco a poco nos fuimos recostando en su cama. No pude detectar
el momento en que mi remera desapareció y quedé en corpiño. Él comenzó a
besarme el cuello y bajar hasta mis pechos. Era una sensación indescriptible e
insaciable. Cada vez que sus labios hacían contacto en mi piel, era como
corriente eléctrica que recorría mi cuerpo.
Luego volvió a subir a mis labios ya introduciendo su lengua
para hacerlo más apasionado. Sentí sus manos recorrer mis piernas y llegar has
mis nalgas. Luego fueron directo a desabrochar mi corpiño, pero lo detuve.
- Pedro, no. – Dije apartándome con la voz agitada.
- ¿Que paso? – dijo igual de agitado. – ¿No te gusta?
- No es que no me guste, sino que aún no estoy lista.
- Oh, esta bien te comprendo. – Sonrió.
Alcé mi remera del piso y me la puse. Acomodé un poco mi
cabello y le dije a Sebastián que debía irme.
Bajamos las escaleras y en la sala estaba su padre. Una
corriente helado paso por todo mi cuerpo. La impotencia de saber que el asesino
de mis padres estaba ahí y yo sin poder hacer nada.
- Oh papá estabas aquí. – Dijo Sebastián sorprendido.
- Si me levanté por un vaso de agua. – Me miró. Su expresión
era seria. – ¿Quien esta señorita?
- Ella es una amiga. Carina él es mi padre, papá ella es Carina.
- Un gusto. – Extendió su mano.
- No, por favor, el gusto es mío. – La tomé. Un escalofrió se
apoderó de mi cuerpo.
- Bueno, volveré a la cama. – Dijo y se fue.
Sebastián y yo salimos.
- Am bueno, nos vemos. – Dije una vez en la puerta.
- Claro. – Dijo. – Me preguntaba si quieres ir a tomar un
helado.
- Por su puesto. Te veo luego. – Besé la comisura de sus
labios.
- Adiós. – Sonrió.
Volví a casa lo más rápido posible. Quería patearme. No podía
creer que estaba a punto de tener intimidad con Sebastián Estevanez. No sabía
por qué demonios me había dejado llevar por sus besos. Aunque debía admitir que
me había gustado.
Cuando entré a casa Malena y Gabriel estaban abrazados viendo
una película, cuando me vieron entrar inmediatamente se separaron.
- Hola llegaste temprano. – Dijo Gabriel.
- Perdona si no te di tiempo de besar a Malena. – Dije riendo.
Los dos se ruborizaron.
- ¿Que te paso en la frente? – Preguntó Malena.
- ¿Esto? - Toqué mi cabeza al recordar lo que había pasado. –
Nada solo no mire por donde iba y choqué con un poste de luz. – Gabriel
carcajeó.
- ¿De qué te ríes? No es gracioso. – Fruncí el seño.
- Lo siento, pero te imaginé chocando con el poste.
- Mejor cállate, si no quieres que te haga pasar vergüenza. –
subí una ceja.
- ¿Y que sabes tú? – Dijo retador.
- Malena… - Dije. – ¿Sabes que Gabriel tomó la mamadera hasta
los 12 años? – Solté conteniendo la risa. Gabriel abrió sus ojos grandes y Malena
moría de la risa.
- Ok ok ok. – Dijo Gabriel molesto. – Eso no fue gracioso.
Subí a mi cuarto y mire mi celular allí había un mensaje de Estevanez.
¿Como mierda había conseguido mi número?
- Anabel. – dije suponiendo quien se lo había dado.