Estaba durmiendo plácidamente entre mis sabanas. La noche se
había tornado un poco fresca y la cama tenía una temperatura agradable, pero
escuché un ruido en mi balcón. Me senté en mi cama mirando en dirección hacía
allí. Una sombra negra trepaba por el balcón con intensiones de entrar a la
habitación.
- Oh no. – Susurré.
Me levanté silenciosamente y busque algo con que pegarle por
si las dudas llegase a ser un ladrón a alguno de los secuaces de Estevanez. Me
escondí detrás de la cortina y luego lo vi entrar, sigilosamente me acerqué a
él le pegué con una zapatilla que era lo primero que había encontrado.
- Auch Auch… Espera – Me tomó por lo hombros. – Soy yo
Sebastián. – Suspiré.
- Dios – Exclamé. – ¿Sebastián quieres matarme de un susto?
- Lo siento. Pensé que estabas dormida.
- ¿Qué haces aquí? Si Gabriel te ve, te mata.
- Sólo quería venir a dormir contigo, ya que supongo mañana no
te veré. – Me tomó de la cintura. – Tu hermano me prohibió acercarme a ti. –
rió por lo bajo.
- Si, trataré de convencerlo de que me deje verte… aunque sea
media hora. – Sonreí.
- ¿Por que eres tan dulce? – Se acercó un poco más.
- Porque tú eres lindo. – Deje un corto beso en sus labios.
- Ven vamos a dormir.
Juntos nos acurrucamos en la cama.
- Estas helado. – Reí, ya que su pierna rozaba con la mía.
- Si. Hace un poco de frío afuera.
- Pudiste mandarme un mensaje diciendo que venias y te
esperaba.
- No quería despertar. – Sonrió y luego me beso la frente.
El amanecer llegaba y con él los pájaros de todas las mañanas
que se posaban en el balcón para cantar. Me retorcí en las sabanas, pero me
encontré con una mano rodeando mi cintura. Automáticamente una sonrisa tonta
apareció en mi rostro. Me giré para ver su rostro. Se veía tan angelical y
lindo… sus labios rosados en una sola línea recta, su nariz perfecta y
respingada, y las hermosas pestañas que cubrían sus ojos cerrados. Él era
perfecto.
*¿Por qué me tuve que enamorar de ti?* - Pensé. –¿Y ahora como
hago para completar mi misión? Eres el único que le devolvió color a mi vida.*
Era cierto desde que comenzó la misión dejé de ser tan fría y
seria con los demás. Suspiré, tal vez Gabriel tenía razón, debía escuchar a mi
corazón.
El moviendo de Logan me sacó de mis pensamientos.
- Buenos días. – Dijo desperezándose.
- Buenos días. – Reí.
- ¿Te desperté?
- No. – susurré. – Esos malditos pájaros me despertaron. –
Fruncí el seño.
- Amo cuando te enojas. – Besó la comisura de mis labios. Reí.
– ¿Qué hora es?
- Son las 7:30. – Sonreí.
- ¿Qué? – Exclamó. – Ya no tengo tiempo de llegar a la
escuela.
- Shh. – Siseé. – Gabriel podría escucharte.
- Lo siento. – bajó la voz. – Debo irme. – Dijo colocándose su
remera y las zapatillas. – Volveré a la noche para dormir contigo. – Dejó un
tierno beso en mi frente.
- Adiós. – Sonreí. Y luego lo vi bajar por el balcón.
Mi celular sonaba, lo cual me estaba desesperando. Lo tomé del
sofá y atendí sin mirar la pantalla.
- ¿Hola? – Atendí.
- Cari, soy Anabel. – Contestaron del otro lado.
- Oh. – Pausé. – Anabel, ¿Como estas?
- Bien, quería hablar contigo.
- Si. Dime.
- ¿Podría ser en privado? Esta tarde en tu casa.
- Claro.
- Te veo luego.
- Adiós.
Algo andaba mal. Anabel era la única que sabía mi secreto.
Sospechaba y si ella venía a sacarme información. Estaría alerta.
Bajé rápidamente y lo hablé con Malena. Ella tal vez sabría cómo
ayudarme con esto.