25 oct 2014

Capitulo 18

  Mi rabia comenzó a acumularse, la muy desgraciada había sido la que arruinó nuestra noche de bodas. Ya no me importaban las pruebas, ya no me importaba si fuese o no una agente de Russo, esta tenía que pagármelas.
  Rápidamente me abalancé sobre ella cayendo las dos al piso mientras nos tirábamos de los pelos.

- ¡Hija de perra! ¡Tú fuiste la que entró anoche en mi casa!
- ¡Carina suéltala! – gritó Sebastián tomándome de la cintura.
- ¿Pero de que hablas? ¡Yo no entré en tu casa! – dijo levantándose del suelo rápidamente.
- ¿Piensas que soy estúpida? Sé que tú trabajas con Russo maldita víbora. – dije tratando de zafarme de Sebastián.
- ¡Carina! Por favor, Sebastián llévate-la a fuera. Desde ahora estas fuera del caso. – dijo Alejandro.
- ¿Qué? – dije sorprendida.
- Como lo escuchaste, ahora Sebastián Llévala afuera.

  Sebastián me llevó con mucha dificultad hasta afuera del edificio ya que forcejeábamos. No iba a permitir que esa desgraciada se saliera con la suya.

- ¿Qué es lo que te sucede Carina? – preguntó el con el ceño fruncido. – ¿Acaso te volviste loca?
- Sebastián, debes creerme. – dije desesperada. – Esa zorra es agente de Russo, nos está engañando, el caso corre peligro.
- ¿Tienes pruebas?
- Si, pero…
- ¿Dónde están?
- No las tengo aquí.
- Oh, pero mira que bien… O sea que tú acusas a los demás sin tener prueba alguna. – dijo enfadado.
- Sebastián debes creerme. La estuve investigando. Ella tiene un tatuaje en misma pantorrilla que la chica de la foto que nos dio Alejandro, además cuando entraron en nuestra casa vi en los restos de vidrios que quedaron varios cabellos rojos.
- Wow, no puedo creer hasta que punto llegas, Sigues celosa y ahora intentas culpar a Ivana diciendo que ella fue quien arruinó nuestra noche de bodas.
- ¿En serio? ¿En serio la vas a defender a ella y no a tu esposa?
- Si. – Dijo serio.
- ¡Ja! Lo que faltaba. – Dije elevando las manos en un gesto de sarcasmo. – Está bien, quédate con el caso, quédate con Alejandro y con la estúpida y traicionera de Ivana, yo cumplí con advertirlos.

  Di media vuelta con una mezcla de sentimientos en mi pecho e hice seña un taxista para que me sacara de allí lo más antes posible.
  Pero no me iba a rendir tan fácilmente, había visto en los ojos de Ivana esa expresión de nerviosismo y miedo por temor a que la descubriera, esa expresión que nadie más había notado, excepto yo.
  Bajé del auto y le pagué al conductor. Busqué las llaves de la casa y luego entre para encerrarme en mi habitación.
  Tomé el control remoto y encendí el televisor para distraerme un poco. Aún no podía creer que Sebastián la había defendido.
  Cambié los canales rápidamente y me detuve en uno de cocina. Veía como preparaban unas magdalenas y se me hacía agua la boca.

- Veamos que hay en el refrigerador. –dije abriendo la puerta del mismo. – No hay nada. – fruncí el ceño. – Entonces iré al supermercado.

  Tomé mis llaves y salí.
  Puse en el carro todo lo que veía apetecible… cereales, frutas, dulces, chocolates, hamburguesas, helado, ect. El carro iba hasta el tope y me costaba un poco mover-lo, eran bastantes cosas si me ponía a pensar, pero no importaba porque lo pagaría con la tarjeta de Sebastián. Sí, con su tarjeta, me vengaría gastando más de $1.000 en el supermercado.
  Iba caminando a la caja pero me acordé que no puede haber helado sin salsa de chocolate y tuve que volverme a la góndola para buscar un botecito.

- ¿Dónde estás salsa de Chocolate? – murmuré buscándola entre los estantes.
- ¿Buscas esto? – Dijo una voz femenina detrás de mí.

  Di media vuelta y la vi ahí parada con una enorme sonrisa y un frasquito de salsa de chocolate en las manos.

- ¿Anabel?- Dije con el ceño fruncido.
- Tanto tiempo Car... – No la dejé terminar. Le di una bofetada que le di vuelta la cara.
- Traidora. – Acusé. – Yo te consideraba mi mejor amiga y me traicionaste, poniendo en peligro mi vida y la de mi hermano.
- Perdóname. – Dijo con los ojos cristalizados. – Juro que no quería hacerlo, pero me obligaron, me amenazaron Carina, tienes que creerme. – Dijo tomando mis manos.
- ¿Y por qué no me lo advertiste?
- Traté de hacerlo. Pero me descubrieron y me secuestraron. Estuve como cuatro meses cautiva, hasta que la policía pudo rescatarme. No sabes cuánto lo siento… Dios sabe cuánto me arrepentí, Carina. Pero si no quieres perdonarme, lo entenderé… - Dijo para luego dejar el frasco en mi carro.

  Dio media vuelta y comenzó a caminar.
  Mi corazón sintió una punzada.

- Ana, espera. – Dije deteniéndola. – Te… Te perdono.

  No terminé de pronunciar la palabra y sentí como me abrazaba.

- Gracias, Carina. – Dijo con la voz quebrada, estaba llorando. Ese gesto me conmovió tanto que yo también comencé a llorar.
- ¿Qué dices si me acompañas a mi casa y charlamos? – dije mientras no separábamos.
- Me encantaría Cari pero esta Juan afuera esperándome.
- Un momento. – Dije sorprendida. - ¿Sigues con Juan?
- Si. – Sonrió. – Luego de que me rescataran Juan fue a mi casa preocupado y me abrazó y me besó, dijo que nunca más se separaría de mí. Y ahora estamos casados y vivimos juntos. – Sonrió.
- Aaaww. – Dije sonriendo.
- ¿Y tú con Sebastián?
- Sí, nosotros también nos casamos pero creo que las cosas no están funcionando como lo esperaba. – Dije algo apenada.
- ¿Peleas?
- Si algo parecido, pero si quieres nos juntamos otro día y conversamos bien de todo.
- Por supuesto. – Sonrió. – Dame tu número de teléfono y te llamaré.

  Le di mi número y luego nos despedimos.
  Volví a la caja y pagué mis compras… Como había dicho con la tarjeta de Sebastián.
  Cuando llegué a casa Sebastián ya estaba arriba tomando una ducha.

- Idiota. – pensé. – Esta noche dormirá en el sofá.

  Saqué el contenido de las bolsas que a duras penas pude traer, ya que eran muchas, y luego las guardé y acomodé en sus respectivos lugares.
  Mientras preparaba algo para comer sentí como unos pies bajaban por las escaleras.

- ¿A dónde te fuiste? – Preguntó a mis espaladas.
- No es de tu incumbencia. – dije fría mientras seguía cortando las papas.
- ¿Ahora te vas a comportar como una niña? – dijo molesto.
- Me fui al supermercado ¿contento? – abrí el refrigerador que estaba repleto de cosas y saqué un trozo de carne.
- ¿Por qué compraste tantas cosas? – Dijo volviendo a abrir el refrigerador mirando todo lo que había comprado.
- Porque no había nada Estevanez.
- ¿Cuánto gastaste?
- Gasté $ 1.054,50. – Sonreí.
- ¿Qué? - Gritó y al juzgar por su expresión en el rostro ya le venía un ataque al corazón.