Salí del baño y recogí mi cabello en una cola bien alta y bajé a la cocina. Aún tenía un sabor amargo en la boca, lo cual cerraba mis apetitos. Malena estaba con Guille en la cocina. Guille al verme inmediatamente estiró los brazos para que lo alzara.
- Buenos días pequeñín. – sonreí tomándolo en mi brazos. – Buenos días Male.
- Bueno días Cari, ¿Cómo amaneciste?
- Horrible, amanecí con náuseas.
- ¿Comiste algo que te calló mal?
- No, no comí nada anoche. Eso es lo raro. – dije confundida. – Supongo que me quedó el malestar por lo de anoche.
- Debe ser eso. – Dijo abriendo el refrigerador. – Ven Guille… Vamos a tomar el biberón. – Dijo Malena, pero él no quería despegarse de mí.
- ¿Guillermo que pasa? – Dije mirándolo. El pequeño se aferró más a mí y no me soltó. – Deja, le daré yo el biberón…
- Ok, voy a aprovechar e iré a ducharme.
- Ok, ve tranquila.
Me quedé toda la mañana con Guille, no quería bajarse de mis brazos. Me senté con él en el sofá y comencé a observarlo, Era increíble como en había crecido, parecía todo un niño grande, aunque aún no caminaba ni hablaba, era muy inteligente y entendido.
Luego de unos minutos Malena salió de la ducha y bajó para comenzar a hacer el almuerzo.
- ¿Quieres acompañarme a hacer las compras? – preguntó.
- Claro, creo que me hará bien salir y despejarme.
Malena sacó el carrito de Guille para que lo colocara allí y pudiéramos caminar tranquilas, pero el niño volvió a negarse.
- Guillermo, Cari no puede estar cargándote todo el día. – Reclamó Malena.
- Déjalo. – reí. – No me molesta cargarlo.
Malena hizo una mueca de desaprobación, pero el niño no me iba a soltar.
Comenzamos a caminar y pasé por frente de mi casa, podía ver a Sebastián soldando.
- Ve adelantándote, yo te alcanzo después. – le dije a Malena. Ella asintió y yo entré a la casa.
- ¿Qué haces aquí, amor? – Preguntó Sebas, dejando de soldar.
- Vine con Guille a ver qué es lo que hacías. – dije sonriendo.
- Estoy con Gabriel trabajando un poco. – sonrió.
- Mira Guille, esta es la casita de tu tía Carina. – comencé a recorrer la sala. De pronto fui a la ventana, por la cual aquella persona vestida de negro había escapado, y divisé un par de pelos enredados en un vidrio que quedaba pegado al marco de la ventana. Los tomé suavemente y los miré por un par de minutos. Eran pelirrojos.
- Oh por Dios. – Murmuré… - No puede ser que sea…
- ¿Qué dices, amor? – preguntó Sebas dejando de hacer ruido con el soldador.
- No, no. – sonreí. – Voy con Malena. – le avisé antes de salir por la puerta.
Volví rápidamente a casa y guarde los pelos en una bolsita…
- Haber. – Me decía a mí misma, con el niño en brazos. – Tiene un tatuaje, los pelos rojos en la ventana, Cada vez que tenemos que atrapar a Russo nunca está. No podrían ser sólo coincidencias… Tengo que atraparla infraganti. Pero ¿Se lo digo a Sebastián? Mejor no. – Negué con mi cabeza. – No me creerá, pensará que es un invento mi mío, porque sabe que no me agrada, tengo que hacérselo ver.
Bajé rápidamente las escaleras y ese síntoma de náuseas volvió, otra vez respiré y respiré profundo. En estos momentos no podía andar con malestares, tenía que sacarme las dudas.
Justo en esos momentos llegó Malena con todas las bolsas.
- Menos mal que ibas de compras conmigo. – Dijo sarcástica.
- Perdón, pero me sentí mal y quise venir. – mentí, en cierta parte.
- Carina, esto es el colmo. – Dijo severa. – No puedes andar por la vida así, sintiéndote mal. ¿Ya fuiste a un médico?
- Si, si… Me dijo que estoy bien. Sólo me debo alimentar. – Volví a mentir.
- ¿Y entonces por qué todos estos días te has sentido mal? O piensas que no me doy cuenta como evitas las náuseas y los mareos. – frunció el ceño. Yo sólo abrí grande mis ojos.
- Bueno está bien. – Dije resignada. – No fui al médico, y si evito las náuseas y los mareos. Pero no quiero que me den la licencia… Quiero seguir en el caso y aparte… - suspiré. – No le cuentes a Sebastián, pero creo que hay un infiltrado en este caso. – susurré.
- ¿Alejandro? – preguntó sorprendida.
- No, es la chica nueva.
- ¿Qué te hizo pensar eso?
- Pues muchas cosas… pero no creo estar segura.
- ¿Y qué piensas hacer?
- Voy a desenmascararla.
- Ok, pero si lo haces, cuídate mucho, si es chica es cómplice de Russo yo que tú me cuidaría un montón.
- Por eso lo haré delante de todos.
- Ok. ¿Sientes ese olor? – dijo Malena con una cara rara.
- Creo que a mi sobrino hay que cambiarle el pañal. – Dije mirándolo, mientras él reía.
- Ven Guillea, vamos que te hiciste puf puf. – Dijo Malena alzándolo. El niño comenzó a llorar y estiraba su bracitos en dirección mía. - Oh Guillermo. ¿Qué te sucede que estas tan apegado a Carina?.
- Supongo que sabe que no viviré más aquí y quiere tener a su tía lo más que pueda. – reí.
- ¿Quieres cambiarlo? – preguntó.
- Sabes que yo no hago eso. – reí.
- Algún día lo harás. – Dijo llevándose al niño que pataleaba y gritaba.
Fui hasta la sala y en ese momento entró Sebas todo sudado y sin remera.
- Wow. – dije sorprendida. – Nunca te había visto… así.
- Sé que te gusta lo que ves. – dijo riendo y acercándose a mí.
- Sebastián, no. Estas sudado. – reí.
- Todavía me debes la noche de bodas, linda. – Dijo besándome y apegándome más a él.
- Sebastián. – me quejé. – me dejaste olor a tu sudor. – reí.
- Es más olor a perfume que otra cosa. – rió.
- Por eso mismo, ahora andaré apestando a tu perfume.
- Así todos sabrán que eres mía. – comenzó a besarme.
Lentamente bajó sus manos a mi cintura y yo enredé mis dedos en el pelo de su nuca acariciándolo suavemente. Comencé a retroceder y nos caímos en el sofá, pero sin dejar de besarnos.
- EY, EY, EY. – dijo Malena riendo. Al instante nos paramos. Sebastián estaba colorado y yo estaba toda despeinada. – Hay menores. – dije apuntando a Guille.
- Perdón. – Dije avergonzada.
- No hay drama.
Otra vez el niño comenzó a llorar, quería volver a mis brazos.
- Creo que tenemos que ver a un especialista. – dijo Malena.
- Deben ser etapas de los niños. – opinó Sebastián.
- Carina, ¿No estarás embarazada? – Preguntó Malena.
- ¿QUÉ? – grité sorprendida.