Sebastián estaba recargado en el auto, esperándome. En su rostro se notaba el nerviosismo, más bien diría miedo. Al verme rodeó silenciosamente el auto y entró.
El camino a casa fue silencioso, ninguno de los dos emitía sonido. Realmente no tenía ganas de discutir, mi cabeza me mataba y con lo que había pasado aún más.
“– Y voy a hacer lo que SEA para que se fije en mí y parece que ya lo estoy logrando.” – esas palabras resonaban una y otra y otra vez en mi cabeza. ¿Sería posible? ¿Sería posible que él me dejara por ella? ¿Que se atrevería a destruir lo nuestro? ¿Estaría dispuesto a eso? La preocupación comenzó a carcomer mi cabeza cuando recordé que Anabel al conocernos me había mencionado que él era un mujeriego. Comencé a dudar… ¿y si él ya me había engañado años atrás? Tal vez yo estaba exagerando y desconfiando del hombre con el cual me iba a casar y a pasar una vida juntos, pero con lo que acaba de pasar… imposible no desconfiar. Tomé el valor de hablar.
- Sebastián. – dije calma.
- ¿sí?
- ¿Puedo preguntarte algo?
- Claro.
- ¿Tú realmente estas dispuesto a casarte conmigo?
El paró el auto a un costado del tráfico y me tomó las manos mirándome a los ojos.
- Claro bebé, pero qué cosas dices. – dijo besando mis manos.
- Sabías que tú eres y fuiste mi primer novio ¿Verdad? – el asintió. – Bueno, creo que he sido sincera contigo todos estos años y quiero que tú también lo seas… Porque estoy harta de todo esto. – Las lágrimas comenzaron a salir. - ¿Tú tienes algo con Ivana? Dime la verdad.
Él abrió sus ojos hasta más no poder e inmediatamente negó con la cabeza. – No, claro que no mi amor - tomó mis mejillas. - ¿Cómo puedes desconfiar de mí?
- ¿La encuentras atractiva?
- No, es linda pero, para que querría otra mujer cuando ya tengo a la más hermosa. – Trató de besarme, pero corrí mi rostro.
- Contéstame la última y te dejo en paz. – Dije limpiando las lágrimas que salían sin motivo alguno. Yo no quería llorar, porque me sentía vulnerable. - ¿Por qué te encontré a las risotadas con Ivana en el centro comercial? ¿Fuiste a encontrarte con ella? o ¿Fuiste a acompañarme.?
- Carina. – agachó la cabeza. – Te diré la verdad. – suspiró. – Si, fui a encontrarme con ella, me había enviado un mensaje diciendo si quería ir a tomar un café y de paso analizábamos el caso. Yo acepté porque no tenía nada que hacer. Pero también fui por cuidarte o piensas que no me preocupa que te hagan algo.
Quité lentamente su manos de las mías. – Entonces… ¿Por qué no me lo dijiste desde un principio?
- Porque te enojarías y no quería eso.
- Me mentiste. Ya comenzaste a mentirme…
- No, no te mentí.
- Tienes razón, Comenzaste a ocultarme cosas.
- Perdón, cariño. – Quiso besarme, pero nuevamente corrí mi rostro
- Sebastián, vámonos… mi cabeza me mata. – dije posando una mano en mi frente
Sin decir nada y con una expresión muy rara en su rostro, volvió a arrancar retomando el camino a casa.
Llegué a casa con una jaqueca impresionante. Lo único que hice fue tirar las bolsas de compras y subir a mi habitación a tomar un baño relajante. Luego salí y me tiré en mi cama, realmente no quería bajar a comer… Mi estómago estaba duro y el dolor de cabeza no disminuía.
- Carina... – Dijo Malena desde la puerta.
- ¿Sí?
-¿No bajas a comer?
- No, la verdad que no. – me senté en la cama cruzando mis piernas. – No me siento bien.
- ¿Quieres algún té o que te de un anti-ácido, anti-febril, o algo? – preguntó sentándose a mi lado.
- No, te lo agradezco, pero no se me apetece nada.
- Perdona que me entrometa pero… ¿Sucedió algo contigo y Seba? Él está un poco decaído y bueno tú… Estás rara.
- Las cosas entre Sebastián y yo… No van muy bien que digamos. – Dije bajando la mirada. – Yo creo, creo… que él bueno… No es que desconfíe, pero...
- Piensas que anda con otra. – Concluyó.
- Exacto. Y ya comenzó a ocultarme cosas y no me quiero imaginar cómo será cuando estemos casados.
- Yo creo que sólo es un mal entendido. Él te ama y mucho. – Refregó mi espalda. – Estaré abajo, por si necesitas algo. – dijo saliendo por la puerta.
- Gracias. – Sonreí.
- De nada, cariño.
Me recosté mirando al techo y luego de un par de segundo cerré mis ojos.
***
Me desperté por el rugir de mi estómago. Ya era hora de comer algo. Miré el reloj de la pared y marcaba las 16:34 P.M.
-“Demonios.” – pensé. Ya iba a ser hora de ir a hablar con Marta por lo de la casa. Bajé las escaleras y Sebastián estaba tirado en el sillón viendo una película… Al parecer ya se había dormido y la película siguió su transcurso. Gabriel, Malena y Guille no aparecían.
Fui hasta la cocina y tomé un trozo de torta de chocolate que quedaba, luego volví hasta la sala a despertar a Sebastián.
Llegué hasta donde él estaba recostado, a pesar de todo el enojo que aún tenía, debía admitir que se veía tierno.
- Ey Sebastián… - Murmuré acercándome. – Sebastián, despierta. – lo sacudí un poco.
-¿Ah? – Dijo enderezándose de golpe.
Hizo tal movimiento torpe que caí encima de él con torta y todo. Comencé a reírme a carcajadas, mientras él trataba de entender lo que sucedía y para colmo su cara estaba embarrada de torta de chocolate.
- ¿Crees que es gracioso? – dijo tratando de no reír.
- Sí que lo es. – dije quitando un poco de torta de su cara.
Poco a poco se fue acercando hasta juntar nuestros labios, debía decir que el sabor de sus labios más el del chocolate era adictivo.
- Sebas. – Dije entre besos. – Debemos ir a ver la casa.
- Ok.
Me levanté y acomodé mi ropa. Nos miramos y comenzamos a reírnos, ambos teníamos la cara con chocolate. Sebas parecía que se había hecho un facial y yo… Bueno aún no me había visto al espejo.
Fui a cambiarme y luego fuimos juntos a ver a la Sra. Marta.
***
- Ok, Sr. Estevanez. – dijo con una gran sonrisa en su rostro. – Fue un gusto hacer negocios con usted. No se va a arrepentir, se lo aseguro.
- Creo que hice una compra muy buena.
Luego de tener todos los papeles en mano y verificar que todo estuviese en orden. Nos quedamos solos en la gran casa.
- Wow. – Dije. – Aún no puedo creer que la compraste.
- No quería andar con muchas vueltas. – dijo abrazándome por la espalda.
- ¿Cuándo nos mudaremos?
- Cuando tú quieras. – Besó mi mejilla.