- ¿Estás loca mujer? – dijo Sebastián.
- Tenía que comprar algo.
- Pero ¿Tenías que gastar tanto dinero? – Preguntó enfurecido.
- Si, si tenía. – Dije molesta. – Y desde ahora en más dormirás en el sofá. No pienso compartir la cama con un idiota que defiende a una zorra traicionera.
Sebastián suspiró con pesadez y subió sin nada más que decir.
Terminé de preparar la cena y luego subí para tomar una ducha relajante. Terminé de cambiarme y me dirigí a mi habitación. Estevanez estaba recostado en la cama sin darle importancia a lo que le había dicho.
- ¿Qué haces aquí? – Dije rodeando la cama para quedar de su lado, mientras frotaba mi pelo mojado con una toalla.
- ¿No me lo decías en serio o sí? – dijo mirando con indiferencia.
- ¿Piensas que es broma? No tienes una idea de la bronca que tengo, saber que ni tu propio esposo al que amas, no te crea. ¿Sabes qué? Haz lo que quieras.
Fui al armario, busqué algo de ropa y bajé las escaleras.
- ¿A dónde piensas que vas? – Dijo Sebastián yendo por detrás mío.
- No lo sé, por ahí. – dije tomando las llaves del auto y de la casa.
- Carina vuelve aquí. – dijo molesto.
Pero no le di ni la más mínima importancia.
Abrí la puerta del auto y estaba punto de entrar cuando unos brazos rodearon mi cintura y me elevaron por los aires cayendo en un ancho hombro.
- Dije que no irías a ningún lado. – Dijo serio.
- ¡Estevanez, bájame! – Grité pataleando.
- Carina ya basta, vas a despertar a los vecinos.
- ¡¡Entonces bájame!!
Sebastián comenzó a subir las escaleras mientras me cargaba dificultosamente.
- Tú te quedas aquí. – Dijo lanzándome a la cama y cayendo encima mío.
- Suéltame maldito desgraciado. – dije tratando de apartarlo de mí, pero él fue más rápido y tomó mis manos poniéndolas una a cada lado mi cabeza, mientras se subía a horcadas sobre mí.
- Amo cuando estas enojada. – Dijo mientras reía y se iba acercando más a mi rostro.
- Wowowo. – Dije parándolo. - ¿Piensas que puedes hacerte el enojado, luego defender a esa estúpida, y decirme que amas cuando me enojo? – Fruncí el ceño. - ¡Esto es el colmo! Suéltame ahora mismo antes de que…
Sus labios me interrumpieron.
Al principio no quería, pero luego comenzó a gustarme. Había olvidado lo rico que sabían esos labios rosas tan suaves. Poco a poco comenzó a pasear sus manos por mi cintura mientras yo posicionaba las mías en su cuello y bajaban por sus poderosos abdominales. Sus labios se movían a un compás excitante, su lengua exploraba cada rincón de mi boca.
La ropa comenzó a desaparecer hasta quedar sin nada más que besos y caricias.
***
Los rayos de luz del sol que entraban por mi ventana me despertaron. Miré a mi alrededor y Sebastián ya se había ido.
- Maldito seductor. – Murmuré envolviéndome entre las sábanas.
Tomé un par de toallas y entré a ducharme. Me cambie y sali.
El día estaba nublado, pero aún así estaba lindo para tomar un paseo por el centro de la ciudad.
Mi estómago comenzó a rugir al pasar por una panadería donde un aroma a pan recién horneado inundaba el ambiente. -¿Pero cómo? – pensé. - ¡Acabo de desayunar! – . La tentación pudo más y entré a comprar.
Luego de comprar unos ricos panecillos saborizados continué mi recorrido por las calles repletas de negocios.
Vi una cabellera roja… muy familiar. Decidí seguirla para ver qué es lo que tramaba.
Ivana camino varias calles y luego entró en un callejón oscuro. Apuré un poco el paso y decidí espiar un poco.
- La imbécil de Carina me descubrió.
- Te dije que te cuidaras. – Era la voz de un hombre el cual no podía verle la cara.
- Pero no te preocupes, nadie le creyó, la hicieron pasar por loca.
- Tuviste suerte, pero la próxima vez ten cuidado.
- Esto te mandaron mis hermanos. – dijo entregándole un paquete. – Debo irme, se supone que tenía que haber ido a buscar un par de papales.
Rápidamente volví por donde había ido y la vi subirse a un taxi.
- Pero que idiota, la hubiese grabado. – Murmuré molesta.
Volví rápidamente un negocio y me escondí allí. Luego de esperar unos minutos salí asegurándome bien de que nadie me hubiese visto.
- ¿Dónde crees que vas? – tomó mi brazo.
- ¡Por el amor de Dios, Malena! – dije llevándome la mano al pecho. – ¿Quieres matarme?
- Lo siento Carina, ¿no tendrías que estar trabajando?
- No me hables de eso…
- ¿Qué pasó? Si quieres vamos a almorzar por ahí, en algún restaurante y me cuentas… Guille ya tiene hambre.
- Ok vamos.
Malena y yo nos retiramos de las calles del centro y buscamos un restaurante más o menos familiar, para ir con Guillermo.
- ¿Lo cuidas un segundo? Iré al baño. – Dijo entregándome al niño.
Me quedé con Guille, hablándole y haciéndole muecas raras para entretenerlo.
- Mira que niño más hermoso, Hernán. – Dijo una señora de aproximadamente 50 años. – Es toda una dulzura.
- Si, que lo es. – Dije besando la pequeña mejilla del niño.
- Tu hijo es hermoso. – Dijo encantada.
- Am, si pero... – Me dejó con la palabra en la boca para después irse.
- Ya estoy. – dijo Malena llegando a la mesa.
- Buenos días, aquí les dejo el menú.
- Am… Yo ya sé que pedir. – Dije. – Tráigame una porción de papas con queso grandes, una hamburguesa doble, aros de cebolla y un burrito de pollo…. Ah, cierto. Una coca- cola light, por favor.
Malena quedó mirándome sorprendida.
-Sólo tráigame una ensalada. – dijo ella.
El mesero se fue y Malena dijo:
- Carina ¿Vas a comer toda esa bestialidad?
- Si, por supuesto sino no lo hubiese pedido.
***
- ¿Para qué me traes aquí? – Pregunté entrando al edificio.
-Vamos a hacerte unos verdaderos análisis para saber si estas embarazada. – Dijo tomándome el brazo.