19 ago 2014

Capitulo 3

  Rápidamente me separé de Ale y mire a Sebas. Él estaba con el ceño fruncido, era obvio de que estaba celoso.


- Hola. – Dijo Ale extendiéndole la mano.
- Hola. – Dijo Sebas.
- Ella es Ivana Saccani. – presenté a la pelirroja.
- Mucho gusto. – Dijo sonriendo.
- El gusto mío. – él besó su mejilla.
- Bueno… ¿Qué es lo que has investigado? – preguntó Sebas serio.
- Miren aquí tengo una carpeta. – Sacó una muy voluminosa.
- Wow. – Dije. – Al parecer has estado investigando mucho.
- Si. – Sonrió.- Este señor de aquí es Hernán Russo, uno de los más buscados por el FBI. Él se mueve de ciudad en ciudad, hasta ahora no ha salido del país pero creo que si decide hacerlo se irá a Alemania, donde tiene una cuenta de banco a nombre de Manuel Robinson y donde viven varios de sus socios.
- ¿Ahora en donde se encuentra…? - Preguntó Sebas.
- Por desgracia, le he perdido el rastro, el desgraciado es muy escurridizo.
- ¿Y no tiene ninguna pista? – preguntó Ivana.
- Sólo sé que está en esta ciudad. Es lo único que pude seguir…
- Ok, ¿Qué tenemos que hacer?
- Mañana comenzaremos el rastreamiento. – Dijo Alejandro. – Me tomé el trabajo de imprimirles una copia para que tuvieran una idea a quien nos estamos enfrentando.


  Tomé la copia y mire la foto del hombre, por alguna extraña razón ya la había visto en otro lugar, miré a Sebas quien también tenía una expresión rara en su rostro.


- ¿No lo habíamos visto en algún lado? – preguntó en un susurro audible para nosotros dos.
- Si, en algún lugar vi su cara.


  Hernán Russo no era un hombre grande, aparentaba unos 30 años, pelo castaño, corto, pero con una mirada en particular. Su ojo izquierdo era celeste y el derecho verde. No parecía tan alto, sin embargo de contextura física era enorme.


- Nos encontraremos mañana aquí, a la misma hora para comenzar a rastrear a Russo. – dijo Alejandro. – Lean bien las copias.
- ok, nos vemos mañana. – Dijo Ivana.
- Adiós Alejandro. – Esta vez sólo bese su mejilla. – Nos veremos mañana.
- Adiós. – Dijo Sebas cortante.
- Adiós. – Lo saludó de la misma manera.


  Cada uno se fue por su camino, Sebas y yo volvimos a la casa a ayudar a Malena.
  En el camino Sebas venía serio seguramente estaba molesto por lo del abrazo.


- Malena – grité. – Ya llegamos.
- ¿Dónde estará? – preguntó Sebas.
- Seguro fue a acostar a Guille.


  Fui hasta la cocina y me llevé una gran sorpresa.


- Hola. – Dijo sonriendo.
- ¡GABRIEL! – me abalancé sobre él. – Te extrañé un montón. – besé su mejilla.
- Yo también mocosa. – Rió.
- Hola Gabriel. – Dijo Sebas entrando.
- ¡Ey bro! – hicieron esos saludos de hombre. - ¿Todo bien?
- Si – contestó Sebas. - ¿No era que volvías dentro de unas semanas? – rió.
- Si, lo sé pero, ya extrañaba estar aquí con ustedes y más que nada al pequeño Guille. – sonrió. – Ha crecido un montón. – Sus ojos se iluminaron.
- Si. – sonreí.


  En ese momento apareció Malena con Guille en brazos.


- Veo ya se dieron con la sorpresa. – Entró riendo.
- Si. – Dije. – Bien, Creo que ya tienes a alguien para que te ayude a cambiar los pañales, a darle el biberón, limpiar el vomito... – Enumeré con los dedos.
- ¿¡Qué!? – Dijo Gaby sorprendido.
- Si. – dijo Malena. – Todas estas semanas la única que me ha ayudado fue Cari. Tú eres el padre, tendrías que ayudarme.
- Yo soy el que trabaja. – Dijo Gaby frunciendo el ceño.
- Y yo soy Mamá tiempo completo y es un trabajo muy duro por si no sabías…


  Una discusión se olía a lo lejos, así que lentamente Sebas y yo fuimos subiendo dejando que resolvieran sus problemas.
  Sebas entró en la habitación y se quitó la remera, estaba a punto de acostarse cuando lo abrace por detrás.


- ¿Amor? – Dije tiernamente.
- ¿Qué?
- ¿Sabes? Anduve averiguando sobre casas para que nos vayamos a vivir nosotros dos, solos.
- ¿A sí? – Se giró a verme.
- Si. – sonreí. – La dueña quiere que vayamos esta tarde a verla. No queda tan lejos de aquí…
- ¿Por qué no vas con Alejandro? – dijo ofendido.
- ¡Sebastián Rodrigo Estevanez! ¿Estás celoso? – reí.
- Tal vez yo también deba abrazar a Ivana. – dijo mirándome.
Inmediatamente deje de reír. - ¿Aja? – dije sorprendida. – Muy bien. – Dije fastidiada. – Si así quieres jugar yo también puedo jugar y hasta mejor que tú. – Dije camino al baño de la habitación