Me desperté envuelta en las sábanas blancas de Sebas. Él aún
dormía, como un ángel. Esa noche había sido la mejor noche de mi vida. Giré mi
rostro para ver el reloj de la pared de la habitación de él. 10:30 hs
- ¡Dios! – Susurré. – Gabriel debe estar preocupado. – Tomé mi
celular.
Tenía más de diez mensajes y llamadas perdidas de Gabriel y Malena.
Apagué el celular. Era hora de completar mi misión. Me levanté sin hacer ruido
y me cambié la ropa. Busqué mi bolso para sacar el arma. Cuidadosamente coloqué
las balas y me fui hasta el lado de la cama de Sebastián. Me senté y lo vi, tan
perfecto como él sólo. Varias lágrimas recorrían incesantemente mis mejillas.
- Muy bien, es hora. – Apunté directamente en su frente. –
Supongo que te extrañaré.
Miré dos segundos su rostro y… tomé con fuerza el arma
decidida a apretar el gatillo.
- No puedo. – Suspiré. – No puedo hacerlo.
Bajé el arma y me la coloqué en la cintura. Primero iría por
su padre.
– Narra Sebastián –
10:11 de la mañana. El movimiento de Cari entre las sábanas me
había despertado. Aún no podía creer que me había entregado su más preciado
tesoro a mí y cada vez más me convencía de que la amaba más y más.
Estaba perdidamente mirándola dormir, se veía tan linda con
sus cabellos revueltos… hasta que se movió despertándose, decidí hacerme el
dormido.
Sentí como se levantaba de la cama e iba por su bolso. Entre
abrí los ojos y la vi cambiarse, tenía unas ganas tremendas de ir abrazarla por
detrás, pero luego vi cuando sacó un arma del su bolso.
- ¿Qué demonios…? – pensé. Luego caí en la cuenta de que ella
era la agente que papá quería asesinar, ahora iba a ser yo el asesinado. Quería
salir corriendo pero también fallaría en el intento. Me quedé quieto fingiendo
dormir y luego sentí como se sentaba en la orilla de la cama.
- Este es mi fin. – Pensé. Pero luego la oí arrepentirse. –
Aún me ama. – Un brillo de esperanza nacía en mi interior.
Sentí como la puerta
se abría.
Rápidamente tomé un pantalón y una remera. Fui silenciosamente
hasta el armario de papá y saqué un arma. Luego fui cautelosamente detrás de Carina.
Observe como entraba en la habitación de papá.
- ¿Qué hace ahí? – Me pregunté.
Vi como mi padre entraba y cerraba la puerta.
- Oh no. – Susurré. Fui hasta ahí y me pegué bien contra la
puerta para escuchar.
– Narra Carina. –
Entré en la habitación de su padre. Tal vez ya habrían
llegado. No había nadie en la habitación, que raro, según Sebas volvían en la
mañana. ¿Habría sido una trampa?
Miré por debajo de la cama, en el ropero, en el baño privado
pero no había nada. Cuando salí…
- Así quería encontrarte perra. – Me giré rápidamente.
- Nos volvemos a ver las caras sr. Estevanez. – Sonreí
sarcásticamente.
- Veo que ya estuviste con mi hijo. ¿Seguro lo mataste verdad?
- Quería venir por el premio gordo.
- ¿Como están tus padres? – rió sonoramente.
- ¡Hijo de puta! ¿Cómo te atreves a nombrarlos? – grité
alterada.
- ¿Pensaste que no te reconocería el primer día que te vi con
mi hijo? – se acercó. – Tienes la misma cara de tu madre y los ojos de tu
padre.
- No de ni un solo pasó más o su cabeza volara. – Dije sacando
el arma y apuntándolo.
- ¿Crees que te tengo miedo? – Rió y sacó un arma de su
cintura. - ¿Qué hará la valiente Carina? ¿Saldrás corriendo como el cobarde de
tu padre?
La rabia me consumía, no aguanté y le pegué un puñetazo
tirándolo al suelo, su nariz sangraba pero en su rostro aún había una sonrisa.
- Aún no entiendo cómo me descubriste. – Dije.
- Tal vez tu amiga te lo pueda decir. – Abrí mis ojos.
- Anabel… - Mencioné. Anabel me había entregado, una sensación
de decepción atravesaba mi cuerpo.
Un fuerte dolor se apoderaba de mi pómulo. Quique Estevanez me
había encontrado con la guardia abajo. Caí al piso y luego pateó el arma que se
encontraba en mi mano. Estaba totalmente indefensa.
- Matarte será tan fácil como cuando maté a tus padres. – Me
apuntó con su arma. – ¿Alguna última palabra? – Sonrió.
- Púdrete en el infierno. – Lo escupí. Cerré mis ojos
esperando que el disparó saliera, hasta que un estruendoso ruido se escuchó. Me
quedé inmóvil tres segundos y luego abrí lentamente mis ojos.
Vi como el cuerpo del señor Estevanez estaba tumbado a mi lado
y un charco de sangre se empezaba a formar. Inmediatamente dirigí mi mirada
hacía el frente y vi a Sebastián sosteniendo un arma. Él había salvado mi vida.
O tal vez no…
- Sebastián… - Susurré. Él seguía apuntándome con la pistola.
Se acercó.
- Me mentiste, me engañaste, me enamoraste, ibas a matarme…
- Anda, dispara. – Pausé. – Me lo merezco.
- Si, pero ¿Sabes que es lo peor de todo?
- ¿Qué?
- Que aún te sigo amando. – Tiró la pistola a un costado y me
tomó de la cintura uniendo nuestros labios en un beso. Al principio estaba
quieta, sorprendida por la reacción de Sebastián y luego le seguí el beso.
- ¿Por qué sigues haciendo esto? – Pregunté cuando me separé
de él.
- Porque yo haría cualquier cosa por ti.
- Pero es tu padre…
- El mató a los tuyos. – Dijo agachando cabeza. – Él se lo
merecía más que nadie.
Unas sirenas se escucharon afuera, le dije a Sebas que se
calmara. Que yo arreglaría todo y me haría cargo de todo.
Después de hablar con los policías y
explicarles la situación, se llevaron el cadáver. Urgentemente llamé a Gabriel y le conté lo
sucedió, me dijo que lo esperara que él llegaría en un min.
Esperé un rato y luego vi bajar a Gabriel de su auto.
- Gab… - Pero él me interrumpido abrazándome fuertemente.
- Tenía tanto miedo por ti. Me asuste. ¿No te hicieron nada?
¿Qué pasó? ¿Y Sebasitán? ¿Dónde está? – Preguntó.
- Hey tranquilo… – Reí. – No me hicieron nada, él está
declarando con la policía.
- ¿Por qué demonios no atendías el celular? – Dijo con el seño
fruncido.
- Lo apagué.
- Bueno, lo importante es que estas sana y salva. – Me volvió
a abrazar.
- Ah… disculpen la interrupción. – Dijo un policía. – tengo
entendido que usted también es un colega. – Se dirigió a Gabriel.
- Si.
- Puede venir unos segundos.
- Claro.
Vi a Sebastián sentado en el cordón de la calle.
- Hey ¿Que sucede?
- Mamá no vendrá. – suspiró. – No quiere saber nada de lo que
pasó.
- Eso podemos solucionarlo.
- ¿Cómo?
- Te puedes quedar con nosotros. – Sonreí.
- No quiero ser un problema…
- No lo eres.
- ¿Segura?
- Segurísima.
Sebastián me abrasó, era un abrasó lleno de ternura.
- Gracias. – Murmuró.
- De nada. —