20 abr 2014

Capitulo 30

  Me desperté envuelta en las sábanas blancas de Sebas. Él aún dormía, como un ángel. Esa noche había sido la mejor noche de mi vida. Giré mi rostro para ver el reloj de la pared de la habitación de él. 10:30 hs


 - ¡Dios! – Susurré. – Gabriel debe estar preocupado. – Tomé mi celular.


  Tenía más de diez mensajes y llamadas perdidas de Gabriel y Malena. Apagué el celular. Era hora de completar mi misión. Me levanté sin hacer ruido y me cambié la ropa. Busqué mi bolso para sacar el arma. Cuidadosamente coloqué las balas y me fui hasta el lado de la cama de Sebastián. Me senté y lo vi, tan perfecto como él sólo. Varias lágrimas recorrían incesantemente mis mejillas.


 - Muy bien, es hora. – Apunté directamente en su frente. – Supongo que te extrañaré.


  Miré dos segundos su rostro y… tomé con fuerza el arma decidida a apretar el gatillo.


- No puedo. – Suspiré. – No puedo hacerlo.


  Bajé el arma y me la coloqué en la cintura. Primero iría por su padre.



                                – Narra Sebastián –


  10:11 de la mañana. El movimiento de Cari entre las sábanas me había despertado. Aún no podía creer que me había entregado su más preciado tesoro a mí y cada vez más me convencía de que la amaba más y más.

  Estaba perdidamente mirándola dormir, se veía tan linda con sus cabellos revueltos… hasta que se movió despertándose, decidí hacerme el dormido.

  Sentí como se levantaba de la cama e iba por su bolso. Entre abrí los ojos y la vi cambiarse, tenía unas ganas tremendas de ir abrazarla por detrás, pero luego vi cuando sacó un arma del su bolso.

  - ¿Qué demonios…? – pensé. Luego caí en la cuenta de que ella era la agente que papá quería asesinar, ahora iba a ser yo el asesinado. Quería salir corriendo pero también fallaría en el intento. Me quedé quieto fingiendo dormir y luego sentí como se sentaba en la orilla de la cama.

  - Este es mi fin. – Pensé. Pero luego la oí arrepentirse. – Aún me ama. – Un brillo de esperanza nacía en mi interior. 

  Sentí como la puerta se abría.

  Rápidamente tomé un pantalón y una remera. Fui silenciosamente hasta el armario de papá y saqué un arma. Luego fui cautelosamente detrás de Carina.
  
  Observe como entraba en la habitación de papá.


- ¿Qué hace ahí? – Me pregunté.


  Vi como mi padre entraba y cerraba la puerta.


- Oh no. – Susurré. Fui hasta ahí y me pegué bien contra la puerta para escuchar.




                             – Narra Carina. –

  Entré en la habitación de su padre. Tal vez ya habrían llegado. No había nadie en la habitación, que raro, según Sebas volvían en la mañana. ¿Habría sido una trampa?

  Miré por debajo de la cama, en el ropero, en el baño privado pero no había nada. Cuando salí…


- Así quería encontrarte perra. – Me giré rápidamente.
- Nos volvemos a ver las caras sr. Estevanez. – Sonreí sarcásticamente.
- Veo que ya estuviste con mi hijo. ¿Seguro lo mataste verdad?
- Quería venir por el premio gordo.
- ¿Como están tus padres? – rió sonoramente.
- ¡Hijo de puta! ¿Cómo te atreves a nombrarlos? – grité alterada.
- ¿Pensaste que no te reconocería el primer día que te vi con mi hijo? – se acercó. – Tienes la misma cara de tu madre y los ojos de tu padre.
- No de ni un solo pasó más o su cabeza volara. – Dije sacando el arma y apuntándolo.
- ¿Crees que te tengo miedo? – Rió y sacó un arma de su cintura. - ¿Qué hará la valiente Carina? ¿Saldrás corriendo como el cobarde de tu padre?


  La rabia me consumía, no aguanté y le pegué un puñetazo tirándolo al suelo, su nariz sangraba pero en su rostro aún había una sonrisa.


- Aún no entiendo cómo me descubriste. – Dije.
- Tal vez tu amiga te lo pueda decir. – Abrí mis ojos.
- Anabel… - Mencioné. Anabel me había entregado, una sensación de decepción atravesaba mi cuerpo.


  Un fuerte dolor se apoderaba de mi pómulo. Quique Estevanez me había encontrado con la guardia abajo. Caí al piso y luego pateó el arma que se encontraba en mi mano. Estaba totalmente indefensa.


- Matarte será tan fácil como cuando maté a tus padres. – Me apuntó con su arma. – ¿Alguna última palabra? – Sonrió.
- Púdrete en el infierno. – Lo escupí. Cerré mis ojos esperando que el disparó saliera, hasta que un estruendoso ruido se escuchó. Me quedé inmóvil tres segundos y luego abrí lentamente mis ojos.


  Vi como el cuerpo del señor Estevanez estaba tumbado a mi lado y un charco de sangre se empezaba a formar. Inmediatamente dirigí mi mirada hacía el frente y vi a Sebastián sosteniendo un arma. Él había salvado mi vida. O tal vez no…


- Sebastián… - Susurré. Él seguía apuntándome con la pistola. Se acercó.
- Me mentiste, me engañaste, me enamoraste, ibas a matarme…
- Anda, dispara. – Pausé. – Me lo merezco.
- Si, pero ¿Sabes que es lo peor de todo?
- ¿Qué?
- Que aún te sigo amando. – Tiró la pistola a un costado y me tomó de la cintura uniendo nuestros labios en un beso. Al principio estaba quieta, sorprendida por la reacción de Sebastián y luego le seguí el beso.

- ¿Por qué sigues haciendo esto? – Pregunté cuando me separé de él.
- Porque yo haría cualquier cosa por ti.
- Pero es tu padre…
- El mató a los tuyos. – Dijo agachando cabeza. – Él se lo merecía más que nadie.

  Unas sirenas se escucharon afuera, le dije a Sebas que se calmara. Que yo arreglaría todo y me haría cargo de todo.   
  Después de hablar con los policías y explicarles la situación, se llevaron el cadáver.  Urgentemente llamé a Gabriel y le conté lo sucedió, me dijo que lo esperara que él llegaría en un min.

  Esperé un rato y luego vi bajar a Gabriel de su auto.


- Gab… - Pero él me interrumpido abrazándome fuertemente.
- Tenía tanto miedo por ti. Me asuste. ¿No te hicieron nada? ¿Qué pasó? ¿Y Sebasitán? ¿Dónde está? – Preguntó.
- Hey tranquilo… – Reí. – No me hicieron nada, él está declarando con la policía.
- ¿Por qué demonios no atendías el celular? – Dijo con el seño fruncido.
- Lo apagué.
- Bueno, lo importante es que estas sana y salva. – Me volvió a abrazar.
- Ah… disculpen la interrupción. – Dijo un policía. – tengo entendido que usted también es un colega. – Se dirigió a Gabriel.
- Si.
- Puede venir unos segundos.
- Claro.


  Vi a Sebastián sentado en el cordón de la calle.


- Hey ¿Que sucede?
- Mamá no vendrá. – suspiró. – No quiere saber nada de lo que pasó.
- Eso podemos solucionarlo.
- ¿Cómo?
- Te puedes quedar con nosotros. – Sonreí.
- No quiero ser un problema…
- No lo eres.
- ¿Segura?
- Segurísima.


  Sebastián me abrasó, era un abrasó lleno de ternura.


- Gracias. – Murmuró.

- De nada. —